Aún siento el calor de su cuerpo bajo el paraguas. La lluvia cae incesante mientras paseamos cerca del malecón. Es octubre, seis años atrás. Un puerto desconocido en una ciudad desconocida. Solos, él y yo.
Ambos caminamos en silencio mientras Jack me estrecha fuerte contra él intentando resguardarme de la lluvia. Tiene el pelo muy corto, casi rapado y viste con una simple camiseta de manga larga a pesar el frío otoñal. A través del ligero algodón noto la piel erizada de sus brazos en mis hombros.
Lo atraigo aún más hacia mí intentando entrar en calor. ‘Sólo a nosotros nos gusta caminar bajo la lluvia en pleno otoño. Quien nos vea debe pensar que estamos mal de la cabeza.’
Me mira fijamente a los ojos y se separa lentamente de mi cuerpo. ‘Que lo piensen… Loco o no, adoro la lluvia’
Con decisión me cede sonriente el paraguas y estira los brazos hacia el cielo dejando caer la lluvia sobre su rostro. Bajo el paraguas escucho el goteo incesante de la lluvia caer sobre mí pero no puedo despegar mis ojos de él. Mis sentidos se bloquean. Tanta belleza me deja muda.
No puedo enfadarme con él porque vaya a coger una pulmonía, ni siquiera corro a su encuentro para protegerle de la lluvia que a estas alturas le ha calado la ropa. Me limito a mirarle fijamente, a contemplar su cuerpo empapado, y las gotas de agua recorriendo cada centímetro de su piel.
Quiero llorar de alegría y reír al mismo tiempo. Pero él mira el cielo y es ahí donde siento que estoy. En las nubes, junto al ángel más maravilloso que he visto jamás.
Jack sonríe y me mira bajo la lluvia. Desafiante.
Yo titubeo y pienso en el frío y la humedad. No, no puedo hacerlo. Él vuelve a mirarme más intensamente y con una media sonrisa arrebatadora. Esa que siempre puede conmigo.
En un solo movimiento cierro el paraguas y lo dejo caer en el suelo. El agua helada me cae como témpanos de hielo sobre la cabeza y un escalofrío recorre mi espalda. Respiro hondo y camino hacia él.
‘Ahora somos dos locos corriendo bajo la lluvia’ Jack me coge de la mano y comienza a correr hacia la playa.
Corremos y corremos sin detenernos. Nuestras risas se funden con el sonido de los truenos, cada vez más cerca. Me falta el aire pero él me coge con fuerza y me ayuda a aguantar un poco más. Dejamos atrás el malecón y el paseo de la playa. A nuestras espaldas se pierde la ciudad mientras la arena se cala en nuestros zapatos a cada paso.
A los poco minutos llegamos a un saliente de rocas que forma una curva en la costa. No podemos ir más allá o, al menos, eso quiero creer. Pero a Jack no le importa. De un salto sube a una de las piedras aún húmeda del agua del mar y me da la mano para ayudarme a escalar hasta él. Me quedo mirándole, de pie, con los brazos en jarras e intentando recuperar el aire de mis pulmones.
Sus ojos pueden conmigo. Temerosa, miro al mar, le miro a él y tras respirar hondo le tiendo mi mano para que tire de mí. Sus brazos fuertes se tensan por mi peso pero con un ligero esfuerzo consigue subirme hasta él. La rugosidad de las rocas me hace perder el equilibrio pero el me agarra fuerte con ambos evitando que, por poco, ambos caigamos a la arena.
Riendo a carcajadas Jack me abraza con fuerza y me sujeta fuerte contra él. ‘Sé que ahora mismo quieres matarme pero estamos de vacaciones. ¿No sé supone que es en vacaciones cuando se hacen las mayores locuras?
Le beso en la barbilla donde la lluvia gotea hasta empapar su camiseta. ‘Eso era con 14 o 16 años Jack, no ahora’
Se pone serio y enarca una ceja. ‘Con que me estás llamando viejo ¿eh? Ahora verás lo viejo que soy’
De un salto aterriza en otra gigantesca roca que está frente a nosotros. No mira atrás. Sabe que le seguiré. Poco a poco y de roca en roca le pierdo de vista en la curva de la costa. Con algo menos de soltura que él, voy siguiéndole los pasos sin saber a dónde voy.
El mar está en calma y una suave marea rompe en las rocas salpicando de agua salada mis pantalones. Aún no puedo ver a Jack porque una enorme roca me tapa la visión. Me acerco hasta ella y me doy cuenta de que la única forma de pasar al otro lado es agarrándose a la enorme piedra y sorteando más de una decena de rocas resbaladizas.
Me detengo en seco y vuelvo la vista atrás. ‘Jack, pienso atarte una roca al cuello y tirarte al fondo del mar. Lo juro’. Cabreada y temerosa, clavo ambas manos en la enorme piedra y me pego a ella sorteando paso a paso el agua helada que rompe en las rocas a escasos centímetros de mis pies.
No quito la vista del suelo y de mis manos en la pared. Los segundos se convierten en minutos hasta que por fin las piedras desaparecen y veo arena a poco más de un metro frente a mí. Doy un ligero salto y aterrizo en la orilla.
Es entonces cuando me doy cuenta que ya no llueve y que una ligera brisa comienza a secar mi ropa. Me sacudo la arena de mi abrigo y levanto la vista en busca de Jack. Pero lo que veo me hace olvidar incluso su existencia.