miércoles, 30 de junio de 2010
Capítulo 7
jueves, 24 de junio de 2010
Capítulo 6
martes, 22 de junio de 2010
Capítulo 5
domingo, 20 de junio de 2010
Capítulo 4
jueves, 17 de junio de 2010
Capítulo 3
domingo, 13 de junio de 2010
Capítulo 2
Capítulo 1
El primer recuerdo es en una habitación conocida. Lo que veo es a través de mis ojos. Me acerco al armario, triste, melancólica. Tomo una camiseta gris de un estante. No está limpia. La desdoblo e incluso observo que tiene una pequeña mancha en la parte izquierda. Es una camisa de hombre gris, sport, con cuello de pico y de manga corta. La miro y no puedo evitar sonreír. Poco a poco la voy acercando a mí hasta apretarla contra mi pecho, contra mi rostro. Su aroma me embriaga desde la primera gota de oxígeno hasta la última. Él, su olor, su calor. Él me envuelve durante unos instantes infinitos.
Siento un peso en el estómago. Pérdida, soledad. ¿Dónde estás? Presiono la camisa contra mi intentando hacerle volver. ¿Por qué siento entonces que no está aquí por mi culpa? Cuando abro los ojos y separo el trozo de algodón de mi cara aún puedo sentir su presencia sobre mi piel. Su aliento. Un estremecimiento me recorre desde la punta de los pies hasta el centro de mis ojos, haciendo que los cierre con fuerza intentando que no salgan las lágrimas. No tiene rostro, no recuerdo su cara, ni su sonrisa, pero sé que es él y que estuvo allí. Lo siento en lo más profundo de mi ser.
Abro los ojos y lentamente, devuelvo la camiseta en su sitio. Comienzo a caminar y ahora puedo verme. Llevo un vestido blanco hasta por debajo de la rodilla. Es de tirantes, semitransparente, con el escote acabando entre mis pechos. Voy descalza, mirando al suelo. Mi pelo es largo y rubio oscuro, ondulado.
Deambulo por una casa ahora desconocida. Me ahogo. Lo extraño y no sé que hacer. Siento como si se hubiera ido hace demasiado tiempo, como si hubiera estado aguardando una visita imposible. Pero él estuvo allí, en esa cama, su ropa inunda el armario, no puede ser un desconocido. Así lo siente mi corazón.
Quiero llamarle, necesito que sepa lo que siento, pero tengo miedo. ¿Me odiará? Me acerco hasta una mesa y cojo mi teléfono móvil. Las lágrimas caen por mis mejillas y la torpeza de mis dedos me hace equivocarme una y otra vez. Escribo, borro. Vuelvo a escribir:
He cogido una camiseta tuya del armario y la he abrazado como tantas veces hice contigo. Tu olor estaba impregnado en ella como si no hubiera pasado el tiempo, como si no te hubieras ido…
No, no, demasiado sincero. Borrar.
Y vuelta a empezar.
Te echo de menos, te echo tanto de menos… ¿Dónde estás? ¿Por qué te has ido?
No, no puedo. Se fue, se fue por mí o por él, pero se fue, no puedo hacerlo. Borrar.
Me olvidé de recordarte pero una simple camiseta me recordó que te amo.
Un pitido. Batería baja. El móvil muere entre mis dedos.
Lo tiro al suelo con rabia y me siento en el suelo llena de furia y orgullo. Sigo llorando pero no me doy cuenta. ¿Por qué tuve que encontrar esa maldita pieza de algodón? ¿Por qué tuve que olerte y recordarte?
Cojo el ordenador que hay sobre la mesa y veo mi reflejo en la pantalla en negro. Miro mis lágrimas y me las limpio con rabia con los dedos, con el vestido, con la colcha de la cama. No quiero rastro, no quiero nada de él. Mis dedos tocan mis mejillas y se acercan a mi nariz. Ahí está él. De nuevo, su esencia.
Me decido a hacerlo. Cojo un bloc de notas del cajón del escritorio y comienzo a garabatear lo que pasa por mi mente. Huelo mis dedos, mi vestido, mi piel y escribo sin cesar. Borro y vuelvo a escribir. Una y otra vez. Pasada una hora enciendo la computadora y cierro los ojos para no ver mi reflejo en ella. Abro el email y me quedo con las manos en el teclado por unos minutos que parecen horas. De repente mis manos comienzan a temblar. Las cierro con fuerza convirtiéndola en puños y vuelvo a cerrar los ojos con fuerza. Tras unos segundos comienzo de nuevo a escribirle unas palabras que no sé si alguna vez le llegarán.
Te quiero, te quiero, te quiero… Vuelve.